viernes, 29 de diciembre de 2006

FICCIONES. Max Aub (1903-1972)

El paseo por la biblioteca nos lleva hasta un pequeño volumen asfixiado ente los gruesos novelones del siglo veinte español. En el lomo dice: Max Aub – Crímenes ejemplares. Según parece el libro en cuestión fue publicado por primera vez hace ahora cincuenta años en Ciudad de México. Es decir, en 1957. Sin embargo, en un tiempo de literatura sin lectores –o a la inversa- como éste, en el que se privilegia lo breve apresurado, los Crímenes de Aub resultan de lo más actual y atrayente.

Son, por otro lado, piezas maestras de eso que ahora se llaman microrrelatos.

Es cierto. Aub exigiría algo más de espacio y tiempo por nuestra parte, pero mientras llega su merecido VOCES, os invitamos a pasar un rato con algunos de los textos que contiene el librito referido. Esperamos que os ayude a cambiar de año con buen rollo.




En caso de que no os resulte suficiente, disponéis al menos de tres ediciones del libro:
- La de Calambur, con prólogo de Eduardo Haro Tecglen (1991).
- La de la editorial valenciana Media Vaca, que acompaña los relatos de Aub con la obra de 32 ilustradores (tenéis una pequeña muestra un poco más abajo).
- La muy reciente de la catalana Thule (2006).

Si lo que os interesa es saber algo más del bueno de Max, podéis echar un vistazo al sitio de su Fundación.






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¿USTEDES NO HAN TENIDO nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.






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LA VERDAD, creí que no lo descubrirían nunca. Sí: era mi mejor amigo. En eso no hay duda: y yo su mejor amigo. Pero estos últimos tiempos ya no le podía aguantar: adivinaba todo lo que yo pensaba. No había modo de escapar. Aún a veces me decía lo que todavía pugnaba por tomar forma en mi imaginación. Era vivir desnudo. Lo preparé bien; seguramente dejé el cuerpo demasiado cerca de la carretera.





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ME SACÓ siete veces seguidas a bailar. Y no valían argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor idea de lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler, largo, largo.





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LO MATÉ porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!





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¿PARA QUÉ TRATAR de convencerle? Era un sectario de lo peor, cerrado de mollera como si fuese Dios Padre. Se la abrí de un golpe, a ver si aprende a discutir. El que no sabe, que se calle.





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LO MATÉ porque no pensaba como yo.





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NO, SI YO ME IBA a suicidar. Pero se me encasquilló la pistola. Juro que la última bala era para mí. ¿Qué más daba que me llevara a unos cuantos por delante? Allí, desde la ventana, no se me escapaba uno. Me recordaba mis buenos tiempos de cazador.





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¡SÍ, ERA un pobre imbécil! ¿Qué valía de él? Su dinero, exclusivamente su dinero. Y ahí está. ¿Entonces?


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MATAR A DIOS sobre todas las cosas, y acabar con el prójimo a como haya lugar, con tal de dejar el mundo como la palma de la mano. Me cogieron con la mano en la masa. En aquel campo de fútbol: ¡tantos idiotas bien acomodados! Y con la ametralladora, segando, segando, segando. ¡Qué lastima que no me dejaran acabar!

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