sábado, 22 de junio de 2013

VOCES. Pequeño diccionario para uso de los lectores de Cossery - Jean-Christophe Millois





 En memoria de Albert Cossery, en el quinto aniversario de su muerte.


[Traducción: Diego Luis Sanromán]

A Absurdo: Resulta tentador (y se ha intentado) asociar ciertos aspectos de la obra de Cossery con las concepciones de Camus (ambos hombres se frecuentaron y, sin duda, se toparon con ideas compartidas), en especial por el modo en que cada uno de ellos hace evolucionar a sus personajes en un mundo que ignora todo lo que sirve de base a la sociabilidad, un mundo “extranjero”, y  en consecuencia, por la denuncia que subyace a sus ficciones. Es posible que la reivindicación de partida, o de llegada, sea la misma en el caso de Cossery y en el de Camus: una rebelión contra una sociedad descarnada que finge su orden y que finge atender a las reivindicaciones individuales. Sin embargo, hay que entender que los medios utilizados por uno y otro son diferentes en su conjunto y esto hace que sus mensajes diverjan.

Ejemplo: A semejanza de Meursault, que asesina a un árabe en un estado de semiconsciencia, Gohar, el profesor universitario convertido en mendigo, mata a una joven prostituta durante el delirio provocado por la falta de droga (1). Se trata de actos cometidos en ambos casos sin una auténtica razón. Pero la suerte que sufre a continuación cada actor no es la misma: Meursault es condenado, mientras que Gohar sobrevive impunemente y sin remordimientos. Y lo que es más, consigue convertir al atormentado comisario encargado de la investigación a una saludable mendicidad.

De hecho, en el primer caso asistimos a un alegato ciceroniano contra una sociedad y su moral, pero cuya eficacia ignoramos; en tanto que, en el segundo, se trata de una jovial inversión de valores que adquiere el valor de una victoria simbólica para las generaciones futuras. Dicho de otro modo –y esto es algo que queda verdaderamente claro después de su tercera novela, Los haraganes del valle fértil-, Cossery se niega a convertir a sus personajes en mártires, pues probablemente supone que esto sería de nuevo una forma de someterlos al inmenso complot de los poderes contra el pueblo.


E Estilo (ver Relato): Cossery se concibe más como un escritor que como un novelista, lo que significa que siempre ha privilegiado el trabajo sobre el lenguaje. Es probablemente uno de los autores menos prolíficos (pero de los más exigentes) de su tiempo, pues en medio siglo no ha publicado más que ocho obras (si incluimos su primera recopilación de poemas). A este respecto, hay razones para que su estilo resulte sorprendente, aunque sin llegar a ser desconcertante: el discurso de los personajes interfiere en los momentos de prosa “pura” (descripciones), lo que produce la sensación de estar leyendo un texto sin “fricciones”, contenido y pensado durante largo tiempo. El resultado ofrecido no tiene una apariencia sofisticada, de suerte que no supone ningún reto: no hay trampas ni bombas escondidas entre las páginas. Habría, pues, que leer tres versos de los poemas de juventud de Cossery para valorar el esfuerzo. A la edad de dieciocho años, Cossery intenta rescribir a Baudelaire, poniendo todo su virtuosismo al servicio de cada hemistiquio: adopta un tono estilizado, artificioso, deslumbrante; dicho brevemente, un tono estrictamente opuesto al que admiramos en él y que abandonó definitivamente en cuanto se decidió por la prosa. ¿Debemos entender que Cossery pone un cuidado extremo en rechazar lo doctrinario en beneficio de lo natural? Sin duda de ningún género. En cualquier caso, con lo que hay que quedarse es con que Cossery siempre se ha negado a que hasta sus frases más humildes se dejasen corromper por las modas literarias o por todas esas pequeñas rebeliones demasiado estridentes para resultar creíbles.




H Humor: El humor, apremiante respuesta al absurdo (y más eficaz que los gritos), designa esa actitud de desapego con respecto al mundo tan propia de Cossery. Hay que distinguir ese humor, que planea por encima de toda su obra, de la ironía, pues la ironía es, para empezar, una figura retórica y, en consecuencia, producto de un trabajo realizado en un terreno forzosamente señalizado. En segundo lugar, la ironía agrede; al bies, sin duda, pero agrede. En consecuencia, constituye un truco expresivo fácilmente descifrable (demasiado consciente), sobre todo porque desea ser identificada como una amenaza por el interlocutor. Podría augurarse, pues, que Cossery emplea la ironía con parsimonia. El humor, al ser más una actitud general que un “golpe” puntual, al ser capaz de examinarse a sí mismo y suponer una mirada tierna, es la marca de una imperceptible ligereza que produce sus efectos insidiosamente.


M Mendicidad, miseria: Mientras que en los primeros escritos de Cossery se describe la miseria como una fatalidad programada por los poderosos, en el resto de su obra se convierte en una de las formas más logradas de rebelión. Encarnada por Gohar el mendigo, la miseria es un lujo intelectual que permite asumir la ociosidad con sabiduría y alegría y no someterse a la arbitrariedad de las sociedades. O como declara Gohar, que conserva la elocuencia de un orador, ante su amigo El Kordi (2): “Cuando tengamos un país en el que el pueblo esté únicamente compuesto por mendigos, verás lo que pasa con esa soberbia dominación. Quedará reducida a polvo”. Lo que aquí se preconiza no es la rebelión de Los hombres olvidados de Dios ni de La casa de la muerte segura. Estas dos obras, admirables en muchos aspectos por los temas y los procedimientos que aparecen en estado germinal, tal vez adolezcan de ser verdaderamente “serias” y de denunciar demasiado abiertamente el absurdo de los mecanismos sociales. Demasiado abiertamente o demasiado conforme a lo que las instituciones esperan como medio de rebelión. Gohar, por su parte, incita a no hacer nada. Tal cual. Lo que de nuevo parece ser la mejor forma de actuar.


P Palabra(s): Comúnmente se admite que, en un relato, los diálogos representan el tipo de discurso (el discurso directo) más fiel a la realidad. Cossery les da importancia porque, gracias a ellos, sus personajes se convierten en mediadores de su filosofía: “Los personajes están ahí para expresar mis ideas. Es gente a la que he conocido y que piensan como yo sobre el mundo, sobre la vida” (3). Esta cita, que presenta las ventajas y los inconvenientes de la simplicidad, es digna de ser tenida en cuenta. De hecho, Cossery nos brinda implícitamente una pista para comprender su escritura. El uso de los diálogos encierra un peligro: quebrar la unidad de acción y la unidad de estilo. Cossery salva el escollo practicando con habilidad el discurso indirecto libre (un ejemplo entre otros: “El Kordi se avergonzó de su falta de perspicacia. ¡Qué triste papel debía de haber desempeñado en aquella escena de vil seducción!”), lo que le permite homogeneizar eficazmente su narración y crear al mismo tiempo la ilusión de una comunidad de ideas entre sus personajes y él mismo.


R Relato (ver Estilo): Como era de esperar, los dos tipos de discurso mencionados dejan poco espacio a la descripción y a los sucesos. De hecho, el lector se sumerge en las novelas de Cossery como en un agua a buena temperatura, un poco turbia, que le reconforta sin hacer que se sienta verdaderamente a gusto. No se busquen referencias espaciales (uno sabe que está en la ciudad o en el campo) y menos aún referencias temporales (uno sabe que es de día, cuál es la estación del año). Ni tampoco las vueltas y revueltas de una trama barroca: la intriga generalmente se reduce a poca cosa. Cossery, sin embargo, no nos pierde ni nos suelta jamás. Y su talento debería empezar a calibrarse aquí, en esa capacidad suya para mantener el desenlace en suspenso por medio de discusiones, de encuentros, de visiones que destacan aún más por el hecho de ser furtivas. Su talento y su carácter subversivo se burlan de los relumbrones y las zalamerías.



Notas

(1) Mendigos y orgullosos. Pepitas de Calabaza Ed., Logroño, 2011. Traducción de Mauricio Wazquez.
(2)   Magazine littéraire nº 325 (Oct. 1994), entrevista con Aliette Armel.

   


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