domingo, 18 de agosto de 2013

DIETARIO ONÍRICO. Magnetismo






Noche del 2 al 3 de agosto de 2013

Un ejemplo de cómo los estímulos procedentes del mundo real pueden penetrar e imponerse, deformados, en el espacio onírico. Dormimos en un hotel de Marsella con el aire acondicionado encendido; como descubriré al despertar, el ruido del aparato se transforma, en el sueño, en lo que podríamos llamar una fuerza magnética descomunal.

De nuevo me encuentro en esa casa arquetípica que se ha mencionado en este dietario de forma recurrente, y veo la tele en ese salón en el que se concentraban buena parte de mis terrores infantiles. Mi edad en el sueño es, sin embargo, mi edad actual. De repente, un intenso ruido de estática comienza a llenar toda la estancia y el televisor empieza a fallar. Salgo del cuarto, pues estoy seguro de que el origen de las distorsiones se halla en otro lugar. En la habitación contigua, un saloncito de dimensiones algo más reducidas que el anterior, contemplo cómo un puñado de clips y alfileres que alguien ha abandonado sobre una mesita danzan como atraídos por un enorme imán invisible. Tengo plena conciencia de que quien los dejó allí lo hizo con ese solo propósito: hacerlos danzar al ritmo del zumbido magnético. Enseguida salgo al pasillo y, al regresar, reparo en que el saloncito se ha transformado en un dormitorio. Pegado a la pared de la derecha, hay un viejo armario de tres cuerpos, una de cuyas puertas está entreabierta. Cuando me acerco para cerrarla, noto como alguien o algo –también indefinido e incorpóreo- da un fuerte empellón desde el otro lado que a punto está de derribarme. Al bajar la mirada, descubro que un pequeño esqueleto se agita aferrado a uno de mis tobillos. Recuerda a uno de esos esqueletitos de goma que venden en las ferias, pero estoy seguro de que este en particular está vivo. La sensación de desasosiego se hace asfixiante. 


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